miércoles, 13 de diciembre de 2006

A PASO DE HOMBRE

Citando el libro de Reinaldo Laddaga, Estética de la emergencia (ver la entrada PISTAS TRANSITABLES) pensaba en este proyecto como en un proyecto colectivo, no porque involucra a mucha gente sino porque fue tomando forma a medida que se fueron dando una serie de intercambios en el grupo, y se atendieron esos intercambios.

La dinámica se estableció desde la coordinación de Vivi, su experiencia única en este tipo de experiencias, sus pautas y escucha. Los directores formaron grupo con los vecinos y desarrollaron a su vez un ida y vuelta de escucha y propuesta. Y el equipo del museo se movió en ambos campos, ya coordinando el trabajo, ya aportando entrevistas o cruzando el trabajo de los directores con el archivo.

Esa dinámica llevó a cambiar el formato del evento. Lo que en principio se pensaba desarrollar en un sólo espacio del museo, a través de cuadros sucesivos de aproximadamente 20 minutos, derivó en una propuesta de tres horas que abarca el museo, el parque, la torre del castillo, La Casa del Espía (bar del complejo) y un galpón sin uso. ¿Qué es lo que motivó este cambio? La catarata imparable de relatos del elenco, la capacidad para asumir una dificultad y volverla a favor, y la escucha para entender una demanda.


Los Fab Four ferroviarios: Osvaldo, Pietro, Mario y Pedro concentradísimos antes del ensayo


El hecho concreto es que, una vez puestos en escena, era imposible pedirles a Atilio, Osvaldo, Juan, y a todo el grupo, que pararan. El formato de 20 minutos era un corsé que ahogaba. Cada historia, no bien daba inicio, derivaba en otra y luego en otra y otra, y los cuadros se extendían sin remedio. En uno de los ensayos con el grupo de ferroviarios (Osvaldo, Pietro, Pedro y Mario) la escena no sólo se extendió de 20 a 50 minutos sino que después del aplauso Osvaldo dijo: “Y no saben la vez que...” y siguió. Tras otro aplauso fue Mario el que se nos acercó para que no nos levantásemos de las sillas, diciendo “Lo que ustedes no se imaginan es que...”. La hago corta: cuatro aplausos y los fab four seguían y seguían, y podrían haber seguido una semana entera contando historias, acercándose, moviéndose, mostrando cómo un grupo tiraba de una soga para mover un tronco al compás de “un... do.. PRONTI! un... do.. PRONTI! un... do.. PRONTI!”. Y lo mismo con Califano, que comenzó tímidamente cantando una canción de pescadores, y cantó otra, y otra, y mientras se subía con Rita al taxi para ir a su casa seguía cantando.

Caminando por el parque del castillo. Atrás: Atilio, Luis y Diego. Adelante: Vivi, Natalia y Marcelo

Hablaba de la participación de cada uno, de dar forma al evento según lo que los protagonistas tenían para dar. Y en este caso era mucho, una gran avidez por contar, por mostrar, por no dejar suelto un detalle. El evento entonces pasó de ser una sucesión de cuadros a una performance con cinco situaciones que se desarrollan simultáneamente. El trabajo se reorientó, ya no se trata de acotar brevemente un material que se resiste al recorte sino más bien de modular un continuum. Y esa forma que adopta NADIE SE DESPIDE EN WHITE nos lleva a la participación del público. Cada cual arma su obra con los fragmentos que elija, en el orden en que desee: primero Juan y Rita, después Luis y Atilio, un par de temas de Sarita, o primero Sarita, y después los ferroviarios, y así... y lo hace desplazándose de un lado a otro. La obra la monta el público, paso a paso. El cierre (¿o la apertura?) de la propuesta es la de un arte que se hace caminando.

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