EL RELATO III: NADIE SE DESPIDE EN WHITE, NI SIQUIERA LOS MUERTOS (texto de Ana)
Mario Mendiondo va caminando todos los domingos después de almorzar al cementerio (20 cuadras, a pie) y recorre puntualmente todas las tumbas de sus conocidos y amigos ferroviarios. Ya nos invitó a acompañarlo una tarde de estas. Pedro Caballero anota en una libreta los nombres de los compañeros fallecidos, si corresponde, agrega uno más cada vez que termina de leer el diario a la mañana, y la revisa periódicamente para acordarse exactamente de cómo van los tantos.
Anoche, viernes 22, vino a una reunión que se hizo en el museo un compañero de Mario, Pedro, y Osvaldo, que trabajó en el galpón de máquinas entre 1970 y 1980: Eran compañeros míos, los que estuvieron el otro día en el documental, eso que hicieron en vivo aquí, el fin de semana pasado, si los conoceré! Si tenemos cosas para contar. El hombre empieza y cuenta varias anécdotas que incluso ya hemos escuchado más de una vez, hasta que llega a los hermanos Urtazun. Ferroviarios de verdad eran ellos, fallecidos, ya; y ¿a que no sabés qué tienen en la lápida? ¿una cruz? No, una locomotora, y si no me creés, nos ponemos de acuerdo, un día de estos, vamos al cementerio y te la muestro. Los compañeros, en el taller, se la hicieron, la locomotora, para ponerla ahí.
Árbol de Navidad en los talleres Noroeste, con rulemanes y adornos de metal (fotografía gentileza Mario De Simón)
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