martes, 27 de febrero de 2007

ALBUM DE FOTOS

Alguien me dice: "no subieron fotos de Nadie se despide en White". Cierto, e imperdonable. Van unas cuantas.
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Vivi Tellas y bomberos voluntarios de Ingeniero White
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Sarita y Rosana Fernández, hiperkinética cantante, en la Casa del Espía
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Jolgorio y algazara en el bar de Pedro
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Osvaldo Ceci enfervoriza al público en el miriñaque de los ferroviarios
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Rita y Juan, cuando empezaba a atardecer y el público iba llegando
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Atilio Miglianelli, máquina de firmar autógrafos
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Bomberos en el parque del Castillo, despliegue monumental

viernes, 23 de febrero de 2007

EL PAPELITO DE MONTES (texto de Ana)

Llegué a la casa de Manuel Montes, y me encontré un vergel en medio del paisaje salitroso y polvoriento del Bulevar. Montes, que trabajó en el galpón de locomotoras hasta hace 13 años como mecánico y supervisor, estaba con Llera el día de “Nadie se despide en White” sentado en el miriñaque, como un protagonista más.
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Manuel Montes bajo el parral de su casa en el bulevar

Le pregunto cómo es que fueron al museo a ver “Nadie se despide en White”. Y me cuenta: Le digo a Llera ‘¿qué te parece si vamos? Voy a averiguar el horario’. Y fui acá, al almacén y ahí encontré un papelito, le digo a la chica que estaba ahí: “¿me puedo llevar este papelito?”. “Si, si hay mas”. Lo veo a Llera y le digo: “Mira, acá tengo este papelito”. Y al día siguiente se fueron al museo, los dos, a ver qué era eso, en colectivo: Llera le dice al chofer: ‘¿Nos puede llevar hasta la bajada del puente?’ ‘Si, suban, suban’. Allá mismo nos bajamos y allá enseguida nos encontramos los muchachos, todos, este pibe que teníamos de soldador, Mendiondo, y Caballero, que yo lo tenía de ayudante, ahora se jubiló también él, y Ceci, que era jefe nuestro, era inspector, él siempre venía con sus revistas, yo las agarraba, ‘ahí la tenés, Montes’.
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Manuel y su mujer Eusebia


martes, 20 de febrero de 2007

HUGO LLERA Y LA HUELGA DEL 58 (texto de Ana)

Durante “Nadie se despide en White”, Ceci habló de las huelgas de la época de Frondizi, de los planes para destruir el ferrocarril y, como les sucede a muchos ferroviarios, habló de la huelga del 58 y de la huelga “grande” del 61 como una misma cosa: la marcha de los 4000 ferroviarios por la avenida Alem el 1 de diciembre de 1958 al Vº cuerpo de ejército, los atropellos sufridos en el galpón durante la “movilización”, la lucha contra el plan Larkin. Al llegar a ese punto Llera no solamente debe haber recordado cómo empezó a repartir pescado en 1961.
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Ferroviarios desfilan por Av. Alem rumbo al V cuerpo de ejército en el año 58

Cuando estuve en la casa de Llera, conocí también a su señora. Ella hace más de treinta años que está en la cama, sin poder caminar. La causa de su invalidez es incierta.

Después de hablar sobre las palomas, el trabajo en el galpón de locomotoras y el reparto de pescado, le pregunté ¿y en el 58? Ah! Ma vale que yo fui a la cárcel, ojo, que fuimos a la plaza y después nos llevaron a la cárcel. Y me cuenta cómo acordaron ir a “presentarse” al regimiento, y cómo los llevaron a todos (¡¡¡¡a los 4000!!!) a la cárcel, y al día siguiente un grupo fue llevado en tren a la base naval Puerto Belgrano, y cómo los trataron en el cuartel y cómo al final tuvieron que volver a trabajar.
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Ferroviarios bajo custodia del ejército durante la huelga del 58

Y yo digo que fue ahí cuando... Mi señora fue con un grupo de chicas, fueron a gritar allá, al ejército, por que nos largaran, entonces las amontonaron y les empezaron a pegar con las bayonetas, les pegaron acá en la espalda, hasta que las hicieron retirar y yo calculo que debe haber sido eso que le debe haber afectado algún nervio, porque después de ese entonces empezó a ... Si se iba a White con los chicos al colegio, cruzaba la playa todos los días, dos veces, iba y venía, nunca tuvo problema, el doctor dice que no, yo digo que sí ...

miércoles, 14 de febrero de 2007

HUGO LLERA, FERROVIARIO Y PESCADERO (texto de Ana)

Vinieron a ver el ensayo general de “Nadie se despide en White” y terminaron saliendo en el diario en la foto junto con sus antiguos compañeros del galpón. Hugo Llera, y su vecino Manuel Montes no estaban en el “elenco” de Miguel Mendiondo, pero al sentarse en el miriñaque con Ceci, Mendiondo, Caballero y Morelli, y al estar como espectadores ahí en medio de la escena mostraron que ellos también eran, al mismo tiempo, protagonistas de esas historias. ¿Qué cosas habrían recordado Llera y Montes mientras los escuchaban en silencio? ¿Qué tendrían que ver con sus vidas esos relatos?
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Hugo Llera con su moto frente a su casa en el bulevar Juan B. Justo

El viernes 9 fui a ver a Hugo Llera a su casa en el Bulevar, frente al galpón.
En ese momento llegaba en su moto con el cereal para sus 150 palomas: desde los nueve años soy colombófilo, es una pasión, como al que le gustan las carreras de caballos. Llera me llevó a ver el palomar en el patio de su casa, con los pichones, los reproductores, los buchones, el cereal y me explicó con todo lujo de detalles cómo las “corren” las palomas. Y me contó de su ingreso al ferrocarril, de su carrera en el galpón de White, como peón paleando carbón al principio, hasta llegar a mecánico y oficial ajustador, y el trabajo en el puerto, en el “pique” como se le decía antes a la estiba, y lo más importante, para él: 45 años en la calle, repartiendo, pescadero, hasta el año pasado.
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Llera en el patio de su casa, junto a las palomas

Las cuentas nos llevan ahí, a ese año, a 1961, el de la huelga grande de los 42 días. Contale, contale cómo empezaste a repartir, dice su hijo Daniel, y eso está bueno, porque ya hemos escuchado muchas veces cómo los pilotes del muelle de White quedaron sin un solo “músculo”, en el 61, cómo los negocios de White fiaron a sus clientes ferroviarios durante los días de huelga, y como uno agarró de ayudante de albañil, y otro empezó a hacer muebles metálicos, y otro hacía changas de lo que sea, y cada vez que uno escucha a un ferroviario sobre este tema es como una nueva vuelta de tuerca, una nueva faceta que sale a la vista. Porque la cosa era cómo “vivir” durante esos días que no se sabía cuántos iban a ser, y por eso, con un cambista amigo que ya no tenía ni cinco guita, ya no tenía a nadie a quien pedirle prestado en el bulevar, piden fiado dos o tres cajones de pescadilla, salen con un carrito tirado a caballo que se habían hecho para ir a cazar, y empiezan a las ocho, y a las diez ya no tienen nada. Así, después que terminó la huelga, siguieron, luego Llera siguió solo, con su carro y caballo Pampero, yendo una vez por semana a Villa Mitre, Noroeste, Villa Rosas y dos días al centro. Por eso siempre pidió el turno de noche, para poder llegar a casa a la mañana temprano, preparar el filet y salir, 45 años arriba de este carrito, algunos clientes me llaman, todavía, para ver como ando.

sábado, 3 de febrero de 2007

NADIE SE DESPIDE EN WHITE, NI SIQUIERA LOS MUERTOS IV (texto de Ana y Nico)

Mario conoce a muchos en este cementerio, pero no a todos visita. No todos están en "el mapa". No todos son sus "clientes". Así llama Mario a sus amigos. "Mis clientes". Antes de ser ferroviario, Mario fue ayudante en una lechería. Durante nuestra recorrida, recuerda con gusto sus aventuras como repartidor de leche. Y si bien Mario ni siquiera flores lleva consigo, podría decirse que su paseo guarda en secreto la lógica del reparto. El reparto suponía una regularidad y esa regularidad la posibilidad de una relación entre vendedor y vecino en la que el sentido hoy habitual de la palabra "cliente" se trastoca por completo. Ante la fotografía de dos ancianos, Mario dice: yo les dejaba leche... y ella, en invierno - tomá, tomá-, me decía, yo tenía 13, 14 años, -una copita de anís-, o algo, -para calentar el cuerpo-." Son sus clientes quienes fueron generosos. "¡Cómo te vas a olvidar de esas cosas, era buenísima la vieja..!" También quienes han padecido los rigores de un destino mezquino. Esta es la tumba de Pedro Dieguez, ferroviario.
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Tumba del ferroviario Dieguez

No tiene cruz, ni siquiera nombre, pero figura, nítida, en el mapa. En el plano hay jugadores de fútbol que Mario admira, pero que recuerda por lo que "eran también afuera de la cancha", hay algún político cuya sencilla lápida da fe de una vida honesta, y hay muchos "pícaros", esos que como él, robaban gallinas "para comer entre todos". Generosidad y capacidad de trabajo son, en este mapa, puntos cardinales. Por eso el lugar culminante del recorrido es la visita a la tumba de su hermano Juan Carlos. A este, yo lo haría santo, te lo juro, es lo más grande que hay. Mario elaboró una lista en la que figuran todos sus hermanos, una suerte de ranking para establecer cual de ellos fue el más trabajador. Mirá: en la lista, yo llevo laburados sesenta años, él murió a los 43 y lo tengo primero a él en la lista que yo hice, una lista, un promedio: primero él, segundo Alberto que vimos allá, de trabajadores, ¿no? bestias, y yo me coloco tercero... yo estoy tercero, respeto la tabla de posiciones.

Mario se persigna en la recorrida por el cementerio

Eso sí, aunque sabe muy bien donde están, en el mapa no hay carneros, no hay ni un solo hijo de puta. Decidiendo frente a qué tumba se detiene, Mario reivindica su derecho a administrar, cada semana, un poco de justicia: un pingazo dice de uno; de otro ¡un hombre de gaucho! y de tantos: ¡era de bueeeno!. Otros, en cambio, le inspiran desprecio. Después de evocar brevemente su egoísmo, pusilanimidad o falsedad, los arroja de nuevo, hasta la semana que viene, al barro de la bronca que él supone podría provocarles ese castigo.

Mario lleva saludos, a veces noticias ("vas a tener otra nieta"), a veces preguntas. Su paseo pone en movimiento el lugar por excelencia inmóvil. El mapa que lo guía, ese mapa que lleva en la cabeza, resulta entonces menos útil para establecer límites que para borrarlos. No sirve si se quiere fijar con él, de una vez y para siempre, la frontera entre la ciudad de los vivos y la de los muertos. Su trazado sinuoso por sobre la cuadrícula del cementerio municipal, nos orienta en cambio a través de las cambiantes relaciones que los muertos establecen con los vivos. El hijo de tal, dice Mario, es el que hizo el otro día la instalación de las cloacas en su casa, al hermano de tal otro lo encontró hace unos días en una cena que se hizo en el Bulevar; con la mujer de aquel charla de vez en cuando.

"...en invierno - tomá, tomá-, me decía..." Cuando Mario habla así, ya no son las vereditas empinadas del cementerio las que pisa, son -amplias, ventosas, adoquinadas o de tierra – las calles de White y del Bulevar. Andando por ellas, el anís vuelve a darle calor.